Abstract

Caminamos hacia un mundo que dispone de más tiempo libre para poder disfrutar de los placeres y satisfacciones de la sociedad actual, un mundo que reduce su jornada de trabajo para gozar de más horas de esparcimiento. Es por esta razón que se ha abierto un campo de posibles actividades a realizar: nuevos caminos frente a la naturaleza, frente al medio urbano.., y en éstos, las actividades acuáticas recreativas, utilitarias, educativas.., y todo ello aplicado al mar, a la piscina de un hotel, a un club de natación, al río, a la piscina de casa. Pero, toda esta serie de actividades, ¿a quién van dirigidas? ¿Al padre de familia? ¿a la abuela del asilo? ¿al bebé del vecino? ¿al disminuido psíquico? ¿o a los niños de la escuela? La sociedad se  olvida de estos sectores de población, bien porque requieren unas atenciones y necesidades mayores, bien porque no son grupos productivos, porque no pueden ofrecernos nada a cambio.
Este artículo es una llamada de atención hacia estas poblaciones especiales —bebés, tercera edad, disminuidos, etc.—, su problemática y la dedicación que se les concede.
Al hablar de bebés hacemos referencia a aquellos niños que participarán en programas acuáticos cuando el pediatra permita meterlos en el agua, a partir de las 23 semanas de vida hasta los dos años. Programas que pretenden un mantenimiento y adaptación del bebé al medio acuático y un dominio básico de éste.
La tercera edad la entendemos como aquel grupo de población jubilada que acostumbra a cerrar sus círculos de relación —deja el trabajo, pierde el contacto con la gente con quien convivía…— y que, pese a disponer de más tiempo, no se les ha educado para llenarlo de cosas nuevas; en general no han tenido una importante experiencia motriz y todavía menos un contacto con el agua. Con estos programas se busca contrarrestar la progresiva dependencia que van adquiriendo, autonomía, integración, equilibrio emocional y una mejora de la capacidad de adaptación a nuevas situaciones.