Abstract

Resulta evidente que la Educación Física adquiere cada vez mayor relevancia en el currículum escolar. Asimismo, no tan sólo cobra importancia ocupando un puesto junto a las demás materias, sino que obtiene su identidad como disciplina educativa. No podemos decir que, con anterioridad, la Educación Física no haya existido en la escuela, pero lo que sí podemos afirmar es que, en muchos casos, era considerada como una materia puramente recreativa, gracias a la cual el niño se descargaba de la tensión que acumulaba en el aula, al tiempo que, seguramente, se beneficiaba su salud. Una reflexión sobre las posibilidades educativas de la actividad física hace, sin embargo, cambiar progresivamente la perspectiva, de tal manera que en la actualidad, cada vez es más frecuente contemplar la Educación Física, en el ámbito escolar, bajo un punto de vista pedagógico. Aparece con ello la necesidad de organizar los elementos de la acción didáctica, para que los resultados de la misma coincidan, en la medida de lo posible, con los esperados. En otras palabras, la programación se hace imprescindible. Cuando nos acercamos a la realidad escolar, la experiencia nos muestra que la programación de Educación Física se halla lejos de ser una práctica habitual. De forma general, podemos señalar que los maestros organizan sus sesiones seleccionando, gracias a la improvisación y al comportamiento intuitivo, algunas actividades, independientes de objetivos, contenidos, metodologías o planteamientos de evaluación. Más concretamente podemos referirnos a la investigación de Kneer,1 en la que de un cuestionario a 128 enseñantes sobre varios elementos de la planificación, se extrae que los maestros suelen usar como formas de programación, progresiones de enseñanza y por el contrario, apenas utilizan la redacción del plan de clase, aduciendo, el 6% de los interrogados, que no creen en ella, el 55% que no la juzgan necesaria y el 3% que se consideran incapaz de realizarla.