Abstract

Seguramente las motivaciones por las cuales cada fin de semana se mueven ingentes cantidades de gente ávidas de pasar una horas en la nieve practicando el esquí serían casi tantas como practicantes: tomar el sol, relacionarse, contactar con la naturaleza, practicar un deporte interesante, etc. De todos los posibles atractivos de la práctica del esquí existe uno, compartido con algunos deportes de deslizamiento, que nos interesa destacar: el aprendizaje de la técnica y en particular del equilibrio, el cual proporciona unas satisfacciones intensas e íntimas, difíciles de encontrar en aprendizajes de esta misma naturaleza. Probablemente este hecho tenga su fundamento en la doble vertiente de que por un lado sea el equilibrio el factor fundamental de la técnica —a caballo entre el sentido y la cualidad— y por otro que se desarrolle en un marco tan espectacular como la alta montaña. El aprendizaje de un equilibrio tan particular como éste del esquí desarrolla al máximo nivel la percepción de uno mismo y del medio; algunos autores exagerando esto último le han llamado el sexto sentido.  Conforme el sujeto avanza en el conocimiento de los mecanismos del equilibrio se produce en él una creciente sensación de libertad, de hermanamiento y comprensión del medio. Este sentimiento puede provocar las más dispares conductas, una muy generalizada consiste en un cierto rechazo hacia el que comienza, puesto que él no ha entrado en el clan de los «elegidos».